Gobiernos, instituciones, expertos en economía....ven este tipo de iniciativas como una salida a la crisis actual, conjugando el espíritu emprendedor con la conciencia social.
William Drayton, presidente de la Fundación Ashoka, dio una vuelta de tuerca al concepto tradicional de intervención social
introduciendo una variable empresarial. Para él, los emprendedores
sociales son personas individuales que ofrecen soluciones innovadoras a
alguno de los problemas sociales más acuciantes. Es decir, personas que
persiguen un fin social pero que utilizan métodos asociados
tradicionalmente al mundo de la empresa para lograr dicho objetivo.
Actualmente, más de 40 millones de
personas y entidades en todo el mundo pueden encuadrarse dentro de esta
categoría, según los datos de B Corporation, la corporación que se
encarga en Estados Unidos de certificar que un emprendedor social reúne
todas las condiciones para serlo. Muchos de ellos se encuentran en Asia,
especialmente en India y Bangladesh. Rashmi Bansal es una autora india
que acaba de publicar Tengo un sueño, el tercero de sus libros dedicados
a emprendedores sociales. En él, refleja 20 historias de personas
ordinarias capaces de cambiar la realidad que les rodea con su fuerza de
voluntad y su visión innovadora. Entre ellos está Bindeshwar Pathak,
fundador de Sulabh International, una organización dedicada a defender
la dignidad de aquellos encargados de la limpieza de los urinarios
públicos en India. Pathak ha conseguido convertir su idea en una
próspera empresa con 20 millones de dólares de beneficios anuales. “Lo
más importante”- asegura Pathak- “es que el dinero pueda llegar a
aquellos que más lo necesitan.
Lo más sorprendente es que, ¿quién iba a
pensar que se podía crear un negocio a partir del mantenimiento de los
urinarios?”, afirma. Y es que una de las fortalezas de los emprendedores
sociales es la capacidad de crear un negocio con vocación social donde
otro solo vería una idea descabellada.
Pero la acción de los emprendedores
sociales no se circunscribe a los países pobres o en desarrollo. Si hay
un país en el que el carácter emprendedor forma parte de su ADN
nacional, ese es Estados Unidos. Desde que el término se popularizara a
mediados de los 90, se ha convertido en uno de los países occidentales,
junto a Reino Unido, en los que han surgido más emprendedores sociales.
Entre ellos tenemos a Alan Khazei, fundador de City Year, una
organización que ofrece a jóvenes de entre 17 y 24 años la posibilidad
de involucrarse en servicios a la comunidad o a Pamela Hartigan, manager
de la Fundación Schwab, que persigue la promoción de emprendedores
sociales como un elemento clave para avanzar en los problemas sociales.
Precisamente la Fundación Schwab,
creada por Klaus Martin Schwab, -que antes había fundado el Foro
Económico Mundial-, es una de las organizaciones que más ha hecho por
fomentar el emprendimiento social a nivel mundial. La Fundación elige
cada año los proyectos más relevantes en distintos lugares del mundo.
Una de las áreas más pujantes en cuanto a iniciativas de este tipo es
América Latina, en la que cinco emprendedores sociales son elegidos por
su capacidad “para mejorar la vida de personas en todo el mundo”, según
se afirma desde la Fundación Schwab.
Iniciativas similares han proliferado
en los últimos años en Europa, donde la figura del emprendedor social ha
cobrado especial auge. En Irlanda, donde precisamente la crisis obligó a
un rescate financiero, Social Entrepreneurs Ireland elige, desde 2005, a
los jóvenes empresarios con visión social más prometedores, lo que ha
permitido impulsar un total de 142 proyectos. Otro de los países
pioneros en emprendimiento social, Reino Unido, acoge iniciativas como
la de Village Capital London, que ha puesto en marcha recientemente un
“vivero de ideas” con una dotación de 50.000 libras para los dos mejores
proyectos presentados.